Mujeres silenciadas en la historia

El pasado 4 de marzo fui invitado por el Ayuntamiento de Arévalo (Ávila) a dar una conferencia sobre las «Mujeres silenciadas en la historia». Os dejo aquí el texto que preparé para la ocasión:

Es un texto en crudo, ruego disculpéis las posibles erratas o imprecisiones que pueda haber.

 

Quiero dar las gracias al Ayuntamiento de Arévalo por contar conmigo para abrir el ciclo de conferencias con motivo de la celebración del Día Internacional de las Mujeres, es para mí un placer y un honor. Daros las gracias a vosotros y a vosotras por estar aquí presentes y, sobre todo, dar las gracias a dos extraordinarias mujeres que son las que han trabajado para que esté hoy aquí hablando de Mujeres silenciadas en la historia: María Luisa y Rosie. Muchas gracias.

Cuando Rosie y María Luisa me propusieron hablar de las novelas históricas que he escrito en los últimos años, que tienen todas ellas al menos una mujer como protagonista, una mujer real y reconocible, pensé en preparar una disertación sobre sus aventuras y sobre cómo la historia fue silenciándolas tanto en vida como tras su muerte, hasta diluir sus nombres en la memoria del tiempo.

Entonces reparé en algo que siempre, durante las investigaciones que hago antes de ponerme a escribir, había estado ahí. Estas mujeres extraordinarias sí tuvieron un gran reconocimiento en algún momento de sus vidas, un reconocimiento que se basaba no tanto en lo que habían logrado, sino en que lo habían logrado siendo mujeres, lo que me llevó a reflexionar sobre un asunto capital en la literatura histórica en general, y en la que tiene que ver con la situación de la mujer en concreto: el presentismo.

El presentismo es una corriente literaria que consiste en tratar temas históricos con una perspectiva contemporánea. Por poner un ejemplo: que una mujer abriera una cuenta bancaria en la España de los años 70. Sí, como veis no nos hace falta irnos tan lejos para poner ejemplos dentro de la novela histórica de presentismo. Ni en el tiempo ni en el espacio.

Si bien una mujer no podía abrir una cuenta bancaria sin el permiso de su esposo hace apenas unas décadas en nuestro país, si echamos la vista más atrás, hay épocas en las que la mujer tenía prohibido hasta salir a la calle, por eso a veces en las novelas históricas se dan situaciones que se alejan de lo que realmente pudo suceder y damos por buenas ciertas conductas que tienen más que ver con nuestro tiempo que con el que sirve de contexto al libro.

Pero debemos tener mucho cuidado con esto, ya que es una de las grandes fórmulas que tiene la historia para silenciar acontecimientos del pasado: dar por hecho que como no se podía hacer una determinada cosa, ni esta se hacía ni nadie sentía inquietud por realizarla. Esto no es cierto en ninguno de los aspectos que convierten a la Historia en una ciencia social, la evolución humana está llena de hechos extraordinarios que, en su mayoría, no se produjeron de la noche a la mañana, sino que necesitaron de un caldo de cultivo que pudo sostenerse durante, incluso, cientos de años.

Quizá podríamos dar por hecho que una mujer a finales del siglo XVI en España, en Europa, en el mundo, no podía acceder a un puesto militar ni en la marina de importancia, y ahí está Isabel Barreto para desmentirlo, pues llegó a ser almirante de la armada española, general de su expedición, adelantada de las islas Salomón y la mar océano. La historia nos dice que en el Imperio romano solo gobernaban hombres. Cuando había una emperatriz solo podía serlo en calidad de consorte o regente, es decir, esposa de su marido, madre de su hijo. Irene de Atenas fue emperador sin un esposo ni un hijo al que obedecer.

Estos son los ejemplos que aparecen en mis dos últimas novelas, pero, afortunadamente, la historia está repleta de ejemplos sobresalientes de mujeres que realizaron actos que muchos pensamos, o pensábamos, que era imposible que se llevasen a cabo.

Entre 1872 y 1873 Julio Verne publicaba “La vuelta al mundo en 80 días”, una novela en la que Phileas Fogg apostaba que sería capaz de dar la vuelta al mundo en ese plazo. Por supuesto, esta historia pertenece al mundo de la ficción, pero fue una mujer, mejor dicho, fueron dos mujeres quienes aceptaron el reto y se propusieron superar esa marca, tan solo trece años después de publicarse el libro. Nellie Bly, periodista (es muy interesante la historia de cómo una mujer llegó a ser prácticamente la primera reportera de investigación encubierta de la historia), partió de Nueva York en 1889 y regresó 72 días después. El mismo día, y sin que ella lo supiese, otra periodista llamada Elizabeth Bisland salía también de Nueva York, aunque en la dirección contraria, con la financiación de una publicación en aquellos años todavía joven y desconocida llamada Cosmopolitan. Se produjo una competición que pudo seguirse en los periódicos y atrajo la atención de los lectores durante aquellos 72 días. 76 en el caso de Bisland.

Como anécdota, Nellie Bly visitó a Julio Verne en Amiens durante su viaje: “Señorita, si es usted capaz de hacerlo en 79 días, yo la felicitaré públicamente”, le dijo. Cabe destacar que realizaron sus viajes ellas solas. La dirección del New York World, para el que trabajaba Nellie, no confiaba en que fuera posible porque imaginaban que por ser mujer necesitaría llevar demasiado equipaje, además de que una mujer no podía viajar sola… Bueno, 72 días después alguien tuvo que tragarse sus palabras, esperemos que no fuera el director del periódico, un tal Jospeh Pulitzer.

¿Qué fue de Nellie Bly? Tras esta gran aventura se casó con un millonario y dejó el periodismo temporalmente. Con la muerte de su esposo, y después de hacerse cargo de sus empresas, se vio obligada a retomar el periodismo y cubrió noticias sobre las sufragistas durante un tiempo antes de marcharse a Europa y ser una de las primeras reporteras de guerra de la historia.

Hoy en día solo en muy determinados círculos se recuerda la figura de Nellie Bly, nadie pone en valor su gesta, que superó incluso a la ficción. El olvido es un peligroso antídoto contra la comprensión pluridimensional de la historia, sin duda alguna.

Pero el olvido, con todo su poder destructor, tiene en ocasiones algo de involuntario. No obstante, hay otros métodos de silenciar la historia mucho más nocivos y espurios. María de la O Lejárraja es un nombre totalmente desconocido para la mayor parte de la población y, sin embargo, sus obras teatrales, sus cuentos y sus novelas se leyeron y representaron profusamente durante la edad de plata de la literatura española, a principios del siglo XX. Había una salvedad: sus obras no se publicaban bajo su nombre, sino bajo el de su marido, el famoso productor y director teatral Gregorio Martínez Sierra, quien se llevó durante décadas los méritos de todas las creaciones de su marido. A la muerte de su esposo, y aunque en los círculos literarios la situación era un secreto a voces, pasó a publicar sus libros como María Martínez Sierra, pues a pesar de todo, sin el apellido de su esposo jamás sería conocida.

Como anécdota, María Lejárraga contrató una traductora en 1951 para que tradujese un cuento infantil titulado “Merlín y Viviana”, que trataba sobre un perro que se enamoraba de una coqueta gata, y la enviase a Disney. Pocos meses después rechazaron su trabajo afirmando que no aceptaban manuscritos no solicitados. En 1955 Disney estrenaba “La dama y el vagabundo”, con una trama prácticamente calcada a la del cuento de Lejárraga, solo cambiando aquella gata presumida por una elegante perra.

¿Sabéis quién fue Gerda Taro? Es cierto que en círculos artísticos y expositivos su nombre suena últimamente algo más de lo que lo hacía unas décadas atrás. Seguramente si os pregunto por Robert Cappa os suena más, y si os pregunto por una fotografía de la guerra civil española en la que un miliciano acaba de recibir un disparo y abre los brazos mientras cae de espaldas aún con el arma en la mano, todos y todas la habréis visto. Robert y Gerda era pareja y, además, trabajaban juntos como fotógrafos. Pero sus fotos se vendían solo como Robert Cappa porque ambos eran conscientes de que el nombre de una mujer no les ayudaría en su trabajo. Así pues, el nombre de la estupenda artista Gerda Taro quedó ensombrecido por la necesidad de comer. Solo muchos años más tarde se está investigando qué fotos pudo hacer ella y cuáles su pareja, otro magnifico artista, por otro lado.

Los nombres, como vemos, nos dicen muchas cosas, pero no todas, pues mientras confirman un dato, eliminan la existencia de otro. Y debemos tener en cuenta que estos dos últimos ejemplos son dos casos que han salido a la luz, ¿cuántos habrá a lo largo de la historia que jamás conoceremos? Sería muy interesante poder hacer una estimación numérica, estoy seguro de que nos sorprendería.

Con María Lejárraga y Gerda Taro, al menos, los círculos artísticos en los que se movían sí debían conocer la situación que sufrían. El silencio es el gran cómplice del borrado sistemático de los hechos históricos, sobre todo cuando tienen que ver con mujeres.

Margaret Keane era una absoluta desconocida a pesar de que sus cuadros eran los más vendidos en la década de los 60. Sus retratos de grandes celebridades como Jerry Lewis, Zsa Zsa Gabor y los Kennedy eran alabados por crítica y público, pero nadie tenía ni la más remota idea de quién era ella, pues era su marido quien se llevaba todo el mérito. Aficionado a la pintura, Walter Keane tenía gran éxito en la promoción inmobiliaria gracias a sus grandes conocimientos en marketing. Cuando descubrió que los cuadros que pintaba su esposa tenían una estupenda acogida, decidió dejar su trabajo e iniciar su falsa carrera como pintor. Margaret firmaba los cuadros como Keane y todo el mundo daba por hecho que los pintaba él, algo que al principio no desmintió y después afirmó con rotundidad.

Margaret no fue consciente de este atropello durante un buen tiempo, pero después comenzó a refinar el estilo, algo que concluyó con las amenazas de su esposo: si cuentas la verdad te mato a ti y a tus dos hijas.

Por suerte para la artista logró divorciarse en 1965 y, en plena polémica por los derechos de autor, reto a su exmarido a pintar un cuadro en una concurrida plaza de San Francisco. Él no se presentó. Ella pintó un reconocible Keane con la música de Solo ante el peligro de fondo. Este reto se repitió durante el juicio a petición del jurado. Walter adujo un dolor de hombro para no pintar su cuadro, mientras Margaret produjo un nuevo Keane en 53 minutos. Años después Tim Burton filmó Big Eyes en homenaje a Margaret Keane.

La violencia o la amenaza de violencia es otro método de silenciar a las mujeres en su propio presente y, quizá, el método más odioso y más extendido a lo largo de la historia.

Artemisia Gentileschi fue una artista italiana del periodo barroco que aprendió a pintar en el taller de su padre, Orazio, y fue seguidora estilísticamente de Caravaggio. Con tan solo 17 años pintó un excepcional cuadro que representaba a “Susana y los viejos”. Se trata de un relato bíblico en el que una joven es sorprendida durante el baño por dos ancianos que tratan de aprovecharse de ella. Susana los rechaza y ellos, en venganza, la acusan de adulterio. El castigo, la Biblia tiene estas cosas, era la lapidación, de la que solo pudo librarse gracias a la intervención del profeta Daniel.

Susana y los viejos era un tema muy representado en aquella época, pues permitía mostrar el desnudo de una mujer joven bajo el pretexto de un relato bíblico. Esto no es extraño, ya durante el renacimiento se sucedían las representaciones de Venus desnuda, el rey Felipe II le pidió al pintor veneciano Tiziano que hiciese varias composiciones mitológicas en las que se pudiera admirar a una mujer desnuda desde distintas perspectivas. Son las llamadas “Poesías” de Tiziano, algunas de las cuales están en el Museo del Prado. Pero no nos desviemos. Decía que este tema era frecuente en aquella época, aunque muchos pintores se esmeraban en representar a una Susana coqueta que casi se exhibía provocativa ante los viejos. El cuadro de Artemisia, por el contrario, figuraba una Susana vulnerable, asustada ante la posibilidad de ser violada.

¿Quién le iba a decir a la joven artista que un año después ella misma se vería en una situación similar? Con tan solo 18 años un pintor amigo de su padre la violó. Es estremecedor leer la descripción que hizo la pintora de la violación. Tardó un año en decírselo a su padre y denunciarlo, un año de dudas y temores. Todos pusieron en duda, de hecho, la veracidad de su relato, sobre todo por la tardanza en denunciarlo, pero contra todo pronóstico Agostino Tassi fue declarado culpable y exiliado de Roma. Ni un solo día de cárcel.

Artemisia se vio obligada a casarse dos días después con un pintor mediocre para ver restituida su dignidad, más allá que durante el juicio se vio frecuentemente humillada. No tenía 20 años cuando pintó “Judith y Holofernes”, poco después de terminado el juicio. En el cuadro, Judith, una joven viuda judía, decapita al general babilónico Holofernes en su tienda del campamento. Holofernes, que se disponía a conquistar Betulia, estaba enamorado de aquella mujer. Ella lo visitó en el campamento militar, lo sedujo, lo emborrachó y después le cortó la cabeza.

Estamos otra vez frente a un tema habitual en el renacimiento y el barroco, tema representado por incontables genios de la pintura, peor la mirada de Artemisia fue tan personal, tan profunda que no solo es su cuadro más famoso, sino también es la representación de Judith más conocida, por encima incluso que la de Caravaggio.

Artemisia alcanzó cierta fama y reconocimiento en vida, pero tras su muerte su nombre desapareció y muchos de sus cuadros se atribuyeron a su padre y a otros pintores hombres de la época. Solo a partir de los años 70 del siglo XX el movimiento feminista sacó del olvido a esta magnífica pintora y, con ayuda de la investigación y las exposiciones, su dignidad fue, otra vez y esta vez sí, restituida.

Podríamos pasar toda esta semana dedicada al Día Internacional de las Mujeres poniendo ejemplos de mujeres que fueron silenciadas por la historia. Y no terminaríamos de hablar de mujeres que aportaron al mundo de la literatura, la historia, la política, la guerra, la ciencia… Por suerte, durante las últimas décadas la conciencia feminista se ha despertado y prácticamente todos y todas somos conscientes de la necesidad de restituir el nombre de muchas mujeres que han sido mancilladas a lo largo de la histórica con motivo de la celebración de la igualdad. Esperemos todos que esto continúe, que esa fuerza imparable que se levantó hace unos años llegue hasta el fin de sus consecuencias.

Sé lo que muchos estarán pensando. He venido a hablar de mujeres silenciadas por la historia… y sin embargo estoy hablando de mujeres que ahora son plenamente reconocidas, aunque sea en ámbitos específicos e incluso desde un cierto punto de vista, elitistas. Obviamente no podría dar nombres y ejemplos específicos si no se haberse hecho previamente una labor de investigación, de exhumación en muchos casos, de mujeres que tuvieron un papel relevante en la historia. Pero, ¿y qué pasa con esas otras muchas mujeres que no tienen nombre? ¿Qué pasa con esas mujeres que no tuvieron la oportunidad de retar a su exmarido, como Margaret Keane? ¿Qué no tuvieron la oportunidad de dejar al hombre que las oprimía? ¿Qué murieron bajo su violencia, bajo la violencia silente de quienes las rodeaban?

La sociedad patriarcal no es sí un signo distintivo de las sociedades humanas, es un signo aprendido, evolucionado y perfeccionado con el tiempo. En las primeras civilizaciones que nacieron a orillas del Tigris y el Éufrates, en Mesopotamia, el papel de la mujer tenía cierta relevancia en la sociedad. Las primeras ciudades se fundaron bajo la coexistencia de hombres y mujeres que vivían en cierta libertad, una libertad siempre relativa con respecto a lo que entendemos hoy en día por esa palabra.

Uno de los primeros ejemplos de literatura escrita que nos han llegado es el Poema o la Epopeya de Gilgamesh, que narra la historia de este rey de Uruk. Es curioso, y muchas veces se pasa por alto, que en este poema se habla de la gran diosa Inanna, luego Isthar, y de sus sacerdotisas. Aquella diosa y las mujeres que la adoraban tenían un poder enorme sobre el pueblo hasta el punto de rivalizar con los templos dedicados a los dioses masculinos.

De hecho, en esta epopeya se describe como un hombre creado por una diosa se convierte en una bestia al no entrar en contacto con sus congéneres y vivir en un bosque solo acompañado por animales. Cuando la situación en Uruk se convierte en desesperada y necesitan de aquel hijo de una diosa, es una mujer, sacerdotisa de Inanna, quien consigue atraerlo y lo civiliza, que en cierto modo es de lo que trata, desde un punto de vista histórico, toda la narración.

Sabemos que el tercer milenio antes de Cristo las mujeres gozaban de cierta libertad en Mesopotamia, que se las consideraba un agente social más, de hecho, como hemos visto, vertebrador de la civilización. Pero poco a poco ese papel fue cambiando. Los tempos de la diosa Inanna se fueron cerrando. Ya en Babilonia, heredera de estas primeras ciudades, la diosa Ishtar, pese a ser poderosa, se supeditaba a los otros dioses y sus sacerdotisas se limitaban casi en la práctica a ejercer una prostitución ritual.

La cultura clásica, con toda su modernidad, sus evolucionadas ideas filosóficas, sus avances en el mundo del arte y la ciencia, tuvo efectos poderosamente restrictivos sobre el papel de las mujeres, que solo pudo sobresalir en muy determinadas excepciones

La llegada de la cultura judeo-cristiana es la que definitivamente relega a la mujer a un plano totalmente secundario en la sociedad, tan solo encargada de procrear y cuidar a los hijos. Es cierto que durante los primeros años del cristianismo las mujeres jugaron un papel fundamental. Ya los evangelios nombran una y otra vez a mujeres que circundan los hechos de la vida de Cristo; en los apócrifos esto se acrecienta mucho más. Durante la clandestinidad y las primeras décadas del cristianismo como religión legal dentro del Imperio romano, las mujeres seguían siendo factores muy activos en la evangelización. Durante el siglo IV hubo mujeres diaconisas, mujeres misioneras, mujeres que fundaron conventos… Pero después, cuando el cristianismo pasó a ser la religión única y oficial, cuando se compuso la definitiva vulgata, la mujer desapareció del activismo religioso cristiano durante mucho tiempo.

En todas estas etapas históricas, desde la antigüedad hasta nuestros días, bajo las religiones politeístas clásicas y anteriores, el judaísmo, el cristianismo, el islam, las mujeres han estado de un modo u otro sujetas a una serie de restricciones que les han impedido acceder a puestos de poder, a situaciones de relevancia histórica. Y a pesar de todo encontramos ejemplos, contra viento y marea, de mujeres que escalaron todos esos muros, que superaron todas las trabas que una sociedad hostil les ponía a cada paso y que lograron sobresalir, destacar y llevar a cabo actos importantes, actos que cambiaron la historia.

E incluso a estas mujeres, como hemos visto, les siguieron poniendo trabas; la historia las borró porque su ejemplo podía ser nocivo para el resto de las mujeres a quienes, de todos modos, ya se les imponía un telón de acero frente al acceso al conocimiento histórico, científico, político, bélico…

Entre las muchas formas de silenciar la huella en realidad indeleble de estas mujeres en la historia, una de las que más estupor me causa es la que sufrió Isabel Barreto de Castro, la protagonista de La Reina de los Mares del Sur. Tras llevar a buen puerto una expedición terrible en la que las rutas desconocidas, las batallas contra indígenas, el hambre, la traición, la enfermedad y las tempestades fueron la nota habitual, fue aclamada como la Reina de Saba de los Mares del Sur. Sin embargo, después la corona de España no atendió a sus reclamaciones a heredar el derecho que le correspondía por ley, y que fue transferido a un hombre, capitán de barco. Este hombre, Pedro Fernández de Quirós, fue quien escribió sobre la figura de Isabel Barreto. Lo hizo en términos peyorativos, afirmando que tras ser nombrada almirante se comportaba de forma autoritaria. Debía de ser el primer almirante autoritario de la armada española…

Algo similar le sucedió a Irene de Atenas, emperatriz del Imperio romano de Oriente en época bizantina. Su ascenso hasta convertirse en emperador fue muy tortuoso, lleno de traiciones y sinsabores. Hizo frente a incontables problemas del Imperio, siempre con valentía y visión política de futuro. Bajo su poder fue cuando se anuló la norma decidida por anteriores emperadores, obispos y patriarcas de prohibir la representación figurativa de los personajes religiosos, lo que se conoce como iconoclastia. Ella organizó un concilio ecuménico que anuló el anterior y decidió el nuevo destino del cristianismo en oriente. Participó en negociaciones de paz, en la elección de patriarcas, estableció nuevos impuestos y eliminó otros mejorando la frágil economía imperial… E, incluso, negoció un matrimonio para sí misma que podría haber cambiado el futuro de toda Europa… Pero ha pasado a la historia como la emperatriz que castigó a su hijo para hacerse con el poder, sin importar ninguna otra de las múltiples cosas que hizo.

Sin querer entrar a juzgar el pasado con los ojos del presente, podemos estar todos de acuerdo en que fue un acto deplorable. Y es que esto no va de sacar de la historia almas bondadosas ni de reclamar una supremacía femenina, esto va de reconocer a los personajes históricos sus contribuciones a la historia independientemente de su género. La lista de reyes, emperadores y aristócratas que se deshicieron de sus hijos para continuar en el poder o por la seguridad de sus dominios es más larga de lo que podríamos pensar. Solo en Europa. Los actos deleznables nunca han detenido a la maquinaria de la historia para reconocer las contribuciones de los hombres, ¿por qué sí de las mujeres? Esos actos deleznables se han puesto siempre en cuestión por parte de los historiadores cuando se trataba de juzgar a hombres, ¿por qué no a las mujeres?

Es otra forma de silenciar la presencia de la mujer en la evolución de la humanidad. La ignorancia, la sustitución, el silencio, la violencia, el cuestionamiento… Pero no olvidemos que hay una fórmula más extendida, una fórmula que durante milenios ha resultado casi infalible: la relegación.

El constructo de la sociedad patriarcal se edifica sobre una supuesta inutilidad de la mujer frente a determinadas tareas bajo el pretexto de que es físicamente débil. Esta es la base, no nos engañemos. Sobre estos cimientos están las demás excusas, sobre todo la que tiene que ver con la idea de que la mujer es lasciva, de que se deja embaucar (ahí tenemos a Eva), es débil de espíritu, que dirían en la edad media, y también después. Todo eso existió, y aún existe, pero la base es su supuesta debilidad física que la incapacita para las tareas más pesadas y, por lo tanto, para la violencia, tan necesaria siempre para el mantenimiento del poder.

Quienes asientan sus posaderas sobre estos pensamientos se excusan en que toda la historia de la humanidad ha sido así, que ya en la prehistoria la mujer se dedicaba a cocinar y cuidar de los niños mientras que los hombres cazaban y hacían la guerra. Algunos de los estudios más modernos sobre la prehistoria ponen en duda este pensamiento. Se ha demostrado con pruebas de ADN que algunas de las pinturas rupestres prehistóricas fueron pintadas por mujeres y, se piensa que seguramente los cazadores representados incluirían a mujeres. Las interpretaciones más recientes afirman que la mujer prehistórica era recolectora y cazadora, que era capaz de moler trigo durante horas, por lo que sus brazos eran tan fuertes como los de los hombres. Es una pena que apenas tengamos conocimiento de toda esa época, que solo podamos basarnos en indicios para hacer interpretaciones, estoy seguro de que nos llevaríamos muchas sorpresas.

En realidad, poco importa que esto sea verdad o solo una nueva forma de considerar el pasado. El hecho es que pronto las mujeres fueron relegadas a ese segundo plano de existencia y sus vidas pasaron a valer menos que las de los hombres. Las mujeres han sido a menudo, en la historia, moneda de cambio, nexo de unión a través de pactos y enlaces para los que nunca se solicitó ni su consentimiento ni su opinión. Las mujeres no tenían los mismos derechos que los hombres, ni las mismas oportunidades. Todo su entorno les era hostil, siempre dependían de un hombre porque no se las consideró válidas ni útiles… Por supuesto, hablo como sociedad, como filosofía y como espíritu histórico… Y, ¿por qué no decirlo? Como legislación. Esto no quiere decir que todos los hombres de la historia hayan pensado esto ni que siempre se haya actuado de este modo, pero sí ha sido un sentir generalizado que se ha materializado en las leyes, es decir, en las normas que rigen la convivencia de la civilización.

Y aquí es donde se produce el silencio total y absoluto de la mujer a lo largo de la historia. Considerada débil, inferior, lasciva, ingenua… La mujer ha sido, como sucedía en la epopeya de Gilgamesh, la base sobre la que se ha construido la civilización humana. La mujer, lejos de comportarse como un ser inútil, cuidaba del hogar, mantenía la unidad de la familia, educaba a los hijos, labor siempre mal ponderada, mientras encontraba tiempo para hacer los trabajos del campo, atendía a las necesidades de los hombres y servía de base espiritual para la religión. Lo extraño es que hubiera mujeres que fueran capaces de encontrar tiempo para hacer también la labor de los hombres, algo que, como creo que ha quedado demostrado, muchas también hicieron a lo largo de los tiempos.

Ese es el gran silencio de la historia, el menosprecio interminable de la labor que el hombre determinó para la mujer. Ni que decir tiene que esa labor se hacía aún más importante durante las frecuentes épocas de hambrunas, epidemias, crisis y guerras, cuando la mujer era la que mantenía en pie el pueblo, la ciudad o el reino. He hablado aquí de múltiples mujeres: emperatrices, aristócratas, burguesas… Todas y cada una de ellas merecen un lugar de honor en la historia, un lugar que con frecuencia se les ha negado. Sin embargo, todas esas mujeres anónimas que mantuvieron en pie a sus familias en los peores momentos, que aún lo hacen, sacando adelante a sus hijos sin ayuda de nadie, y con las trabas que todos conocemos, merecerían aún mucho más, porque el silencio de la mujer en la historia siempre ha tenido más que ver con negar su capacidad y menospreciar su valía que con nombres concretos.

Isabel Barreto e Irene de Atenas son dos heroínas de la historia, dos heroínas visibles porque tuvieron la oportunidad y no dudaron en aprovecharla, pero, ¿qué fue de las millones de mujeres que nunca jamás pudieron siquiera atisbar la luz de esa oportunidad? ¿No son heroínas todas esas mujeres anónimas que con valentía y esfuerzo sobrevivieron y ayudaron a sobrevivir a sus familias, a sus ciudades, a sus países en circunstancias tan adversas?

Hay una tremenda hipocresía en considerar a la mujer débil física, moral y espiritualmente y, a la vez, otorgarle el poder de criar y educar a niños y niñas, ser salvaguarda de los mayores, de los enfermos o de los heridos. Hay un cinismo incalculable a lo largo de todas las épocas de la historia que tiene que ver con menospreciar la base del hogar al que todos quieren regresar.

Esto no es una oda a la relegación, esa última forma de silenciar a las mujeres que he comentado, es una alabanza a personas que supieron superarse en un clima tan opresor o más de lo que podamos imaginar hoy en día.

Hoy en día… ¿Creéis que hemos mejorado en este sentido a la par que ha ido evolucionando y progresando la humanidad? Yo creo que sería un error pensar que ya está todo hecho, que las leyes actuales suprimen una desigualdad que ha durado milenios. No es un trabajo solo para las mujeres, ni es algo que pueda revertirse en una o dos generaciones. Crear un mundo en el que nadie sea silenciado por razón de su género o de su identidad no es solo cuestión de escribirlo en una ley como sacar del ostracismo a un personaje histórico no es solo cuestión de escribir una novela. Es algo que tendremos que hacer juntos, como sociedad, trabajando por un futuro mejor para nuestros hijos.

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