La arquitectura del terror en H.P. Lovecraft

(Este texto lo escribí hace al menos cuatro años y ha sido publicado en distintas páginas web, revistas y blogs).

Es la arquitectura un símbolo alegórico de un interés consciente y programático por agradar y conquistar nuestros sentidos. Es decir, cuando viajamos aquí o allí, visitamos una ciudad, lo primero que nos entra por los ojos es su arquitectura. Es evidente que el viejo Imhotep no planeó su pirámide escalonada para impresionar a los miles de turistas llegados de todo el mundo en el siglo XXI, pero sí lo es que existía una intencionalidad clara, funcional si se quiere, de expresión de la grandeza del faraón y de permanencia en el tiempo.

Igual sucede en la actualidad cuando vemos las impresionantes estructuras de Van der Rohe, los cubos de Moneo, los rascacielos de Norman Foster, las torres de Nouevel o los centros de Hadid. La impresionabilidad de los seres “humanos” es uno de los rasgos característicos de la arquitectura desde su misma creación; más allá de la funcionalidad, el fin último de la arquitectura es el de producir efectos sobre los hombres y mujeres, efectos premeditados y bien conjeturados, se relacionen con el poder, la humildad, la belleza o la sodomía. Y sin embargo subyace un elemento común en el distintivo aparente de la efectividad arquitectónica: construimos para los hombres, incluso cuando dedicamos nuestros monumentos a los dioses, pues es tan insignificante la mente humana que concibe a los dioses con su misma forma.

Es por ello que si algún día visitásemos un lugar, una ciudad, en la que las construcciones no se adecuasen a nuestra proporción, nuestro sentimiento de admiración quedaría reducido al estupor y el horror. ¿Si no es para el hombre, para quién se construye? La respuesta a esta pregunta parece asaltar en cada uno de los relatos del admirable escritor H.P. Lovecraft (Providence – EE.UU. 1890-1937), creador de una mitología terrible y malsana basada en la creencia ritual de un pasado pre-humano (en la Tierra) de grandes deidades venidas del espacio cósmico.

Para los que desconozcan a este grandísimo autor y hayan sentido menoscabado su ideal consciente al oír semejante majadería, hay que afirmar que sin lugar a dudas Lovecraft es el configurador de la nueva literatura de terror, renovada en el primer tercio del siglo XX. Heredero de la tradición terrorífica de Edgar Allan Poe, autor de cabecera de su juventud, extrajo de grandes literatos como Lord Dunsany, Chambers, Bierce o Machen, novedosas fórmulas relacionadas con las nuevas formas de miedo, y las adaptó a una nueva y original mitología redundada por lo que vino a llamarse el “Círculo Lovecraft”, formado por toda una serie de escritores norteamericanos relacionados entre sí principalmente de forma epistolar, que siguieron al gran maestro en sus enseñanzas mitológicas y llegaron a crear una horrible saga conocida como “Los mitos de Chtulhu”.

No entraré aquí a disgregar y analizar dichos mitos, solo diré que Lovecraft creó una leyenda que otros como Robert Bloch, August Derleth o Frank Belknap Long se encargaron de completar y difundir. Sin lugar a dudas la prematura muerte ¿por cáncer? del genio de Providence cortó una progresión que no sabemos adónde le podría haber conducido dentro de la historia de la literatura; más tarde, sobre todo gracias a Bloch y Dertleth, hubo un intento por continuar con el estilo Lovecraftiano, pero no ha habido una continuidad temporal, aunque sí evidentemente una influencia importante en toda la literatura fantástica, de ciencia ficción y de terror no solo anglosajona, sino también aquí en España, como buena muestra fue Juan Perucho, y es José Carlos Somoza (a este respecto conviene leer La llave del abismo, premio Torrevieja 2007).

Lovcraft: Mito y leyenda en vida.

Howard Phillip Lovecraft fue un escritor muy precoz. Su primera obra data de 1897, con tan solo siete años, pero se dice que con dos años recitaba ya poesía. La temprana muerte de su padre marcó su educación, fuertemente influenciada por su madre y sus dos tías. Cualquier mente freudiana entendería su infancia rodeada de feminidad como una de las causas de su talante posterior. Desde muy pequeño se interesó por obras fantásticas como “Las mil y una noches”, adoptando el pseudónimo de Abdul Alhazred, que más tarde se convertiría en el loco árabe autor del “Necronomicón”, una de sus más fabuladas y controvertidas creaciones.

Víctima de varias enfermedades durante su infancia, algunas de tipo psicológico, llegó a contemplar el suicidio como solución cuando la caída en desgracia de su familia, económicamente hablando, les obligó a mudarse a un hogar más humilde y pequeño. Todo esto unido a su reclusión bajo las faldas de su madre, deprimida aún por el recuerdo de su esposo fallecido, le llevaron al constante interés por el conocimiento.

Pronto descubrió la química y la astronomía y profundizó en sus estudios, pero el hecho de no poder acceder a la Universidad de Brown le sumió de nuevo en una depresión; no obstante se convirtió en uno de los mayores autodidactas de su tiempo.

Coqueteó con la producción de literatura fantástica hasta 1908 y después a partir de 1914, cuando la Asociación de prensa amateur le adoptó y comenzó a publicar números de su propia revista. Pero hasta 1923 su producción fue principalmente ensayística y poética. Fue también por estas últimas fechas cuando empezó a forjar una ahora añorada costumbre, la de la comunicación por carta, llegando a ser uno de los más prolíficos autores de cartas del siglo XX, pues se considera recientemente que llegó a dejarnos entre 60.000 y 100.000 misivas.

En 1921 su madre murió, lo cual supuso un duro golpe para Lovecraft, pero poco después conoció a la que sería su mujer, Sonia Greene, con la que se mudó a Brooklyn donde ella tenía una prometedora tienda de sombreros. H.P. ya se había iniciado en el mundo profesional publicando algunos relatos en el magacín “Weird Tales”, lo que dejaba entrever un bonito futuro para la joven pareja. Pero el decaimiento en el negocio de Sonia y su mala salud le separaron de Lovecraft, quien no soportó la soledad ni Nueva York y decidió volver a Providence en 1926; tres años más tarde tendría lugar el divorcio.

Estos diez últimos años de su vida fueron, sin embargo, los más interesantes en lo que a su legado literario se refiere. Alejado de sus primeras influencias impregnadas de los relatos de Poe y Dunsany, adquiere un estilo propio no solo basado en Los mitos. La genealogía lovecraftiana tiene una serie de aspectos comunes que se repiten con el fin de lograr la normalidad de lo anormal, imponer su mitología legendaria como un hecho cercano a lo real. Y digo cercano porque en la mayoría de las obras de H.P. suele dejar un atisbo de desconfianza. Los personajes suelen sufrir extraños procesos de conversión en los que viajan de un escepticismo clamoroso a una creencia ciega en los extraños cultos. Finalmente sucede lo que se ha anunciado desde el comienzo del relato, o al menos lo que se ha insinuado, unido, frecuentemente, a una buena dosis de sorpresa. Pero cuando sus personajes, casi todos de alta sociedad o al menos acomodados, se dan bruces con la terrible realidad, dejan una puerta abierta a la locura y el sueño como posible culpable de sus sufrimientos, por lo que apenas puede asegurarse que lo sucedido sea real.

Esta delgada línea entre lo real y lo imaginado es común en estos años 20’s y 30’s del siglo pasado. No debemos olvidar las teorías de Jung y Freud y el creciente surrealismo que, procedente de Europa, llegó a entrar en tierras americanas, aunque no deben achacarse conexiones directas, ya que es más probable que Lovecraft acusara un misticismo anclado en su pasión por todo lo antiguo  que fuera seguidor de las vanguardias europeas, aunque, no obstante, llega a mencionar el cubismo y el futurismo en alguno de sus relatos, relacionando su estilo, cercano a la abstracción y la expresión, como representativo de extrañas imágenes procedentes de pasados pre-humanos y peculiares esculturas venidas del espacio exterior. Los ídolos de sus extraños cultos, a menudo, se representaban en clave cubista y futurista.

Y no debe extrañarnos esta presencia del sueño, como digo, no solo por el enorme interés fomentado desde Europa por los trastornos del sueño, sino porque, de hecho, es forma común de comunicación de las absurdas deidades que pueblan sus cuentos. Por ejemplo, Cthulhu, un enorme calamar-dragón que vive en la legendaria Ciudad de R’lyeh, sumergida en las aguas del Pacífico, se comunica con los iniciados a través de los sueños. Muchos de los personajes sufren trastornos claros, pues mientras duermen, aparecen en sus pesadillas antiquísimas ciudades ciclópeas, seres extrahumanos, demonios sanguinarios…

 “Los mitos de Cthulhu” y otros libros de horror cósmico.

Adentrándonos ya un poco en el tema, vemos que el primer paso hacia la aparición de la arquitectura en los relatos de Lovecraft es a través de los sueños. La reclusión junto a su madre por su enfermedad, un claro exceso de sobreprotección materna, su carácter introspectivo y problemas psicológicos, hicieron del autor un hombre con suma imaginación, pero al fin y al cabo no podía dejar de ser extrañamente racionalista y materialista. Es por ello que las ciudades soñadas por Lovecraft no podían aparecer relucientes y relampagueantes en mitad de Nueva York, debía llevarlas a un espacio en el que fueran totalmente posibles, un espacio ajeno, en apariencia, al humano.

Luego está su enorme interés por todo lo antiguo; la cultura legendaria egipcia y los mitos clásicos no debieron pasar desapercibidos para él, pero las lecturas de “Las mil y una noches” estuvieron presentes siempre en su obra. Babilonia, la América Precolombina, las culturas orientales… todo ello ayuda a configurar el aspecto de sus mitos. También se deben apuntar sus lecturas de los poemas de William Blake, otro creador de un mundo específico de deidades numinosas y cósmicas.

Otra característica de sumo interés es la constante mención a libros prohibidos. A este respecto destaca sin lugar a dudas el “Necronomicón”, del loco árabe Abdul Alhazred. Pero hay muchos más como “Cultes des goules” del Conde d’Erlette (falso pseudónimo de su amigo August Derleth), autor de varios de estos aborrecibles libros: “El libro de Eibon”, “Texto R’lyeh”, “Fragmentos de Celaeno”. Otro blasfemo libro que aparece en sus mitos es “De vermis Mysteriis (Los misterios del gusano)” de Ludvig Prinn y otro autor de reconocido prestigio que al parecer murió de forma violenta extrañamente encerrado en una estancia clausurada por dentro en la que solo se le encontró a él, Von Junzt: “Siete libros crípticos de Hsan”, “Manuscritos Pnakóticos” y “Unaussprechlichen Kulten”.

No son libros definitivos, aunque en ellos está toda la sabiduría cósmica, los ritos, hechizos y ordalías que hay que cumplimentar para poder enfrentarse a los demonios de los mitos, o solamente para invocarlos. La mayor parte de estos libros pueden encontrarse en la biblioteca de la fingida Universidad de Miskatonic, en la imaginaria ciudad de Arkham, o en alguna de las iglesias que sirven de acceso al ejercicio de los extraños cultos.

Es curioso el caso del Necronomicón, que se ha llegado a solicitar en muchas librerías y bibliotecas de todo el mundo, llegando a aparecer su ficha en alguna despistada biblioteca de prestigio. También se han encontrado anuncios en los que se busca el libro para adquirirlo y, más sorprendentemente, se vende.

Lo único cierto es que la vida de H.P. Lovecraft está envuelta en un halo de leyenda que él mismo ayudó a construir. Por un lado, se deduce de las personas que pudieron tratarle, de algunos de sus escritos y de la rumorología, que Lovecraft era un ser enfermizo y maniático, racista y simpatizante de los crecientes fascismos, aunque muy pacifista en sus reflexiones. Incluso cercano a la locura, dirían algunos. Antipático, egoísta… fueron muchos de los epítetos que se le han regalado a lo largo de todo este tiempo, aunque los comentarios de los que le trataron desde la cercanía así como gran parte de su inmensa correspondencia, nos destapan a un hombre bueno, cariñoso y generoso. Una gran contradicción digna de uno de sus mitos. En cualquier caso, su enigmática identidad es la que ha llevado a muchos diletantes a pensar que algunos de sus libros mencionados, sobre todo el Necronomicón, existieron en realidad y fueron consultados por el genio de Providence.

Puesto de manifiesto su carácter personal y el de su literatura, y habiéndonos adentrado sutilmente en la aparición e importancia de la arquitectura en su obra, debemos sumergirnos, casi iniciáticamente, en este tema. De forma general hay que decir que Lovecraft cultivó el cuento, o narración, de terror. La literatura más interesante a este respecto hasta aquellos años había sido la propagada por los autores góticos, oscuros románticos como Mary Shelley (Frankenstein) o Bram Stoker (Drácula). Su terror se basaba, entre otras cosas, en los fantasmas (no muertos) y los escenarios propicios. Para los autores europeos estos escenarios estaban en todas partes: castillos medievales, antiguos cementerios, iglesias abandonadas, las ruinas… pero en EE.UU. las ruinas no eran las mismas, y los restos que había no eran medievales, por lo que muchos de los escenarios humanos de Lovecraft tienen que ver con grandes mansiones victorianas, casas de estilo georgiano y viejas ciudades modernas.

El verdadero gótico no existe en América, pero sí quedaban ruinas, sobre todo de los palacetes que se convierten en un símbolo alegórico de la decadencia social que tanto abunda en los mitos. Los edificios en ruinas, así como las ciudades semi-abandonadas, tienen el mismo significado que en la literatura romántica: la desolación interior.[1] Todo esto no suponía ningún problema para el escritor, ya que amaba el pasado y lo antiguo. Si por un lado debía y quería sobreponerse al terror fantasmagórico, también quería superar el misterio legendario-romántico de Poe, por lo que para renovar el cuento de terror construyó su original cosmogonía y la dotó de un espacio nuevo, fabulado por su mente enfermiza.

Arquitectura y terror en la literatura de H.P. Lovecraft a través de cuatro de sus relatos.

En los mitos existen dos clases de espacio bien diferenciados: el espacio humano, en el que tiene lugar la historia real de los personajes, y el espacio delimitado para los extraños seres venidos del espacio exterior. Hasta ahí todo es normal para una novela de ciencia ficción, el terror aparece cuando esos dos espacios se funden.

En alguno de sus relatos podemos entender que estas deidades o demonios (él diferencia entre los dioses primigenios y los arquetípicos) poblaron la Tierra, sí, nuestra Tierra, millones de años antes de la llegada del hombre y la aparición de la vida procedente del mar, por lo que existen aún lugares, no tan lejanos, en los que permanecen ruinosas ciudades de eones cumplidos, la mayor parte de ellas bajo la tierra o el mar.

En la guerra entre dioses que tuvo lugar hace millones de años, los vencedores encerraron a seres como Cthulhu o Azazoth en las profundidades marinas, y allí aguardan, muertos, soñando y esperando que las estrellas sean propicias pero el asalto definitivo a la Tierra. Esa es la conexión directa con el ser humano y el motivo básico del terror de todo el círculo Lovecraft. Otro punto en común entre los diosecillos y los humanos, como ya hemos visto, son los sueños, pues sus habilidades mentales son muy superiores a las nuestras.

  • “La sombra sobre Innsmouth”

Por todo ello, cuando en sus mitos son los hombres los que van en busca de los dioses primigenios, aparecen, bien sea en sueños, “En la noche de los tiempos”,  bien sea de forma real y tangible, “La ciudad perdida”, estas ciudades legendarias propias de seres obscenos y cósmicos. Sin embargo, cuando sucede al revés, cuando son estas deidades las que invaden el espacio humano, el terror se desarrolla en las ciudades inventadas por el autor, como son, sobre todo, Arkham, Ipswich, Innsmouth y Dunwich.

Son ciudades decadentes y oscuras, ruinosas y con aspecto de abandono. Pueblos que alcanzaron gran riqueza pero luego fueron abrasados por las razas superiores. En “La sombra sobre Innsmouth” realiza Lovecraft una descripción muy reveladora a este respecto: “Era un núcleo urbano muy extenso, de casas apretadas, pero carente de signos de vida. […] Tres elevados campanarios descollaban rígidos y leprosos contra el azul de la mar. A uno de ellos se le había desmoronado el chapitel. Los otros dos mostraban los negros agujeros donde antaño estuvieran las esferas de sus relojes. La inmensa marea de techumbres inclinadas y buhardillas puntiagudas formaban un paisaje desolador. […] Había algunas casas grandes de estilo georgiano, con tejados de cuatro aguas, cúpulas y galerías acristaladas. […] El abandono y la ruina se hacían más evidentes en el barrio marinero, junto a los muelles. Sin embargo, en su mismo centro se alzaba la blanca torre de un edificio de ladrillo muy bien conservado, que parecía como una pequeña fábrica.”

La desolación, la ruina moderna, los espacios abandonados y malolientes, es decir los suburbios decadentes que crecían al amparo de prestigiosas ciudades, suponían una perfecta ambientación para la aparición de los misteriosos seres.

Siguiendo en esta degradada ciudad, debemos suponer que los seguidores de los ancestrales cultos, miembros numerarios de penosas sectas, acostumbran a reutilizar sedes de otras religiones y creencias, pues sitúa los templos malditos en antiguas logias masónicas e iglesias cristianas. “Se trataba, pues, de la antigua logia masónica, actualmente consagrada a un culto degradante. […] Los toques de campana provenían de una iglesia de piedra, de falso estilo gótico, que parecía mucho más antigua que el resto de edificios de Innsmouth. Tenía a un lado una torre cuadrada, achaparrada, cuya cripta de cerradas ventanas era desproporcionadamente alta.” La presencia de lo antiguo, como símbolo de lo que estaba aquí antes de que llegásemos, es abundante en sus descripciones, pues conecta prefiguradamente con su cosmogonía.

Masonic Hall de Newburyport.

Edificio que le sirvió de modelo para el templo blasfemo de Innsmouth.

Estas ciudades inventadas, imaginadas para desarrollar en ellas sus relatos, está profundamente desarrolladas, lo cual ha llevado a pensar que se basó en las ciudades que conocía de Rohde Island, como parece ser que fue, incluso utilizando conocidos edificios de su entorno y situándolos en sus ciudades de pesadilla.

El personaje que se adentra en Innsmouth en el cuento antes mencionado, tiene la sana intención de conocer algunos de sus monumentos, por lo que recibe el consejo de visitar el antiguo barrio marinero que, como ya hemos visto, se encontraba en situación ruinosa: “[…] y al otro lado está el miserable barrio marinero. En ese barrio – cuya arteria era Main Street – encontraría unas iglesias muy bellas de estilo georgiano, completamente abandonadas.” Nuestro protagonista realiza una verdadera visita turística por la emponzoñada ciudad, para lo cual Lovecraft utiliza toda una serie de recursos urbanísticos que denotan un certero conocimiento de su imaginada ciudad.

Plano de Innsmouth extraído de cthulhufiles.com/images

Este es uno de los abominables mapas que de Innsmouth se han llevado a cabo siguiendo las indicaciones del maestro y poniendo de manifiesto su odiosa y fanática figura, pues solo su plano ya parece un pólipo inmundo.

Vista apócrifa de Innsmouth

Y esta es una imagen moderna que ilustra “La sombra sobre Innsmouth” en la que podemos ver el desgastado barrio pesquero, las edificaciones de tejados oblicuos y las viejas fábricas del fondo, a parte de un asqueroso ejemplar de los seres que inundan las profundidades.

En este mismo relato también aparece el otro espacio físico del que  hablaba antes, el cual muestra su presencia a través de los sueños del protagonista que, tras sus aventuras en la maldita ciudad de Innsmouth, termina viendo en sueños la mítica ciudad de Y’ha-nthlei, ciclópea, por supuesto, pues está destinada a otro tipo de seres de distinta proporción a la humana.

Nos regala una breve descripción sin embargo muy interesante, en la que revela el lugar como una curiosa Atlántida: “Vivía en un palacio fosforescente, lleno de terrazas, rodeado de extraños jardines donde nacían corales leprosos y monstruosas flores submarinas […]” Debemos apreciar un atisbo de funcionalidad extrema, al tratarse de una edificación fosforescente. Atendiendo a su ubicación en las profundidades marinas, se supone necesaria la iluminación propia para una mayor comodidad. En esta intensa descripción pone de manifiesto su ya mencionado homenaje a la mítica Atlántida así como existe cierto recuerdo de los magníficos jardines colgantes de Babilonia.

  • “En la noche de los tiempos”

Siguiendo con la aparición de las míticas ciudades y construcciones en los sueños de los protagonistas de los relatos, debemos situarnos ahora en  “En la noche de los tiempos”, uno de sus más interesantes cuentos en los que deja entrever provechosas explicaciones acerca de su mitología y el funcionamiento de la misma.

El protagonista, un profesor universitario, sufre una posesión temporal por un ser superior situado millones de años atrás. Tras perder la memoria y volver a poseer su cuerpo, comienza a tener extraños sueños en los que atisba el lugar espacial que habita, o habitaba, el extraño personaje que le poseyó.

Las descripciones de Lovecraft acerca de ese antiguo lugar no tienen desperdicio, ya que se trata de una ciudad ciclópea construida para seres de más de cinco metros de altura: “Al principio, más que horribles, las visiones propiamente dichas eran meramente extrañas. En ellas, me hallaba en una cámara abovedada cuyas elevadísimas arquivoltas de piedra casi se perdían en las sombras de las alturas. Cualquiera que fuese la época o lugar en que se desarrollaba la escena era evidente que los constructores de aquella cámara conocían tanta arquitectura, por lo menos, como los romanos.” Y sigue “[…] La sillería, de granito oscuro, era de proporciones megalíticas. Los sillares estaban trabajados de forma que la cara superior, convexa, encajaba en la cara cóncava inferior de los que descansaban encima. […] Más adelante tuve otras visiones. Atravesaba por ciclópeos corredores de piedra, y subía y bajaba por inmensos planos inclinados, construidos con idéntica y gigantesca sillería. No había escaleras por parte alguna, ni pasadizo que no tuviera menos de diez metros de ancho. Algunos de los edificios, en cuyo interior me parecía flotar, debían de tener una altura prodigiosa.”

Y no solo se detiene en describir alguno de los edificios, sino que concibe la ciudad entera: “A uno y otro lado de las vastas avenidas, que medirían unos setenta metros de anchura, se aglomeraba un sinfín de edificios gigantescos, cada uno de los cuales poseía su propio jardín. Estos edificios eran de aspecto muy variado, pero ninguno de ellos tendría menos de trescientos metros de alto, ni más de setenta metros cuadrados de superficie. Algunos parecían realmente ilimitados; sus fachadas superaban sin duda los mil metros de altura, perdiéndose en los cielos brumosos y grises. Todas las construcciones eran de piedra o de hormigón, y la mayor parte de ellas pertenecían al mismo estilo arquitectónico curvilíneo del edificio donde me encontraba yo. En vez de tejado tenían terrazas planas cubiertas de jardines y rodeadas de antepechos ondulados. Algunas veces las terrazas eran escalonadas, y otras, quedaban grandes espacios abiertos entre los jardines.

Para un norteamericano no era difícil imaginar una ciudad de torres altas y delgadas, pues tenían ya los claros ejemplos de rascacielos de Chicago o Nueva York (ciudad donde había residido), pero dota a este lugar de una proporción terroríficamente absurda e inconcebible para el ser humano. De nuevo debemos remitirnos al mito babilónico, no solo de sus jardines, que vuelven a mostrarse como recurso permanente en contraposición a la aridez y fuerte urbanidad pétrea de las ciudades lovecraftianas, sino también de la torre, transfigurada en los edificios sin fin recreados en la noche de los tiempos. Los jardines nos remiten, sin duda, al paraíso, a la redención por el enorme pecado de la blasfemia imaginada por el protagonista, es lo único humano que queda de esta visión absolutamente impía y conscientemente terrorífica.

Los jardines y la torre de Babilonia

Pero, incluso en el pasado ancestral recordado o imaginado por el protagonista del relato, podemos observar la ruina, ese elemento tan común en los mitos. Y es curioso porque no se trata de la translación del pasado a nuestro presente, sino que dentro de la ciudad activa y contemporánea, también existen ruinas de su pasado ominoso. “En determinados parajes llegué a descubrir unas torres enormes oscuras, cilíndricas, que se elevaban muy por encima de cualquier otro edificio. Su aspecto las distinguía radicalmente del resto de construcciones. Se hallaban en ruinas, y a juzgar por ciertas señales, debían ser prodigiosamente antiguas. Estaban construidas con bloques rectangulares de basalto, y en su extremo superior eran ligeramente más estrechas que en la base. Aparte de sus puertas grandiosas, no se veía el menor rastro de ventana o abertura. Asimismo observé que había otros edificios más bajos, todos ellos desmoronados por la acción erosiva de un tiempo incalculable, que parecían una versión arcaica y rudimentaria de las enormes torres cilíndricas. […] Los jardines eran tan extraños que casi causaban pavor. En ellos crecían desconocidas formas vegetales que sombreaban amplios senderos flanqueados por monolitos cubiertos de bajorrelieves.

Una vez más Lovecraft, une su persistente originalidad con un exhaustivo conocimiento del pasado, aprendiendo de las lecciones de la historia y comprendiendo qué es la antigüedad dentro de lo antiguo. Concibe los precedentes de la misma arquitectura que él ha imaginado a modo de las primeras pirámides que servían de ensayo a los egipcios para conseguir las definitivas. Por otro lado, el jardín, último recuerdo de la Tierra conocida por el hombre, se va tornando cada vez más lejano y peligroso, aumentando el dramatismo y, por lo tanto, el terror.

Poco a poco las pesadillas que inundan los letargos del protagonista van progresando, y consigue volar sobre la ciudad, lo que nos permite otro punto de vista. “Así descubrí que los temibles bosques de árboles manchados, rayados o jaspeados como animales eran atravesados por larguísimas carreteras que, en ocasiones, conducían a otras ciudades parecidas a la que me obsesionaba en mis sueños. Vi también edificios fantásticos y lúgubres, de piedra negra o iridiscente, situados en regiones yermas donde reinaba un perpetuo crepúsculo […] Una vez pasé por una llanura salpicada de ruinas de basalto, erosionadas por el tiempo, y cuyo trazado recordaba al de las oscuras torres sin ventanas de la ciudad que era mi verdadera obsesión. En otra oportunidad, al pie de una ciudad inmensa de cúpulas y arcos fabulosos, batiendo contra un muelle de rocas colosales, contemplé la mar ilimitada y gris […]

La ciudad iluminada por Lovecraft puede remitirnos a la Roma moderna, con sus ruinas clásicas por doquier, aunque también existen las ciudades en ruina, como recuerdo persistente de un pasado ancestral. Las influencias son muy ricas y variadas, trasladándonos evidentemente al mundo oriental por medio de esa ciudad magnífica de cúpulas y arcos, lugares que abundan, por ejemplo, en “Las mil y una noches”.

El profesor de Arkham comienza a investigar sobre sus sueños, estudiando y analizando algunos de los inventados libros mencionados con anterioridad, y continúa recordando en sus sueños. Ello le lleva a averiguar la estructura, no solo visual y urbanística, de estas ciudades, sino también la social, realizando una descripción tan profunda y pormenorizada de la forma de vida de estos antiguos seres, tal que nos llevaría a pensar si no sería realmente Lovecraft un sacerdote y miembro de los cultos que él mismo propagaba.

Las investigaciones de nuestro protagonista dan sus frutos y recibe unas fotografías de algún lugar perdido (Pibarra) en la Australia Occidental. En pleno desierto encuentran algunos de los sillares descritos en sus sueños, por lo que rápidamente se decide a visitar el lugar en expedición arqueológica. Los sillares encontrados, además de la misma forma soñada, contienen los extraños jeroglíficos, al modo egipcio.

El mundo de los sueños por lejano, poco conocido y desprestigiado, no puede causar un temor real más allá del despertar ansioso tras una pesadilla, por lo que la intención de Lovecraft es encontrar uno de esos nexos de unión entre lo ancestral y horrible con nuestra realidad humana. De este modo las excavaciones que llevan a cabo en el desierto australiano dan pronto resultados, y lo que eran pesadillas se van convirtiendo poco a poco en realidades. Aparecen los sillares ciclópeos y también restos del pavimento de la ciudad soñada, en cambio, no parece haber rastro de construcciones ni siquiera ruinosas.

Así, son los sueños los que de nuevo regresan para mostrar la senda correcta. En un momento de insomnio, el protagonista abandona el campamento en plena noche y se lanza al oscuro desierto, encontrando, por sorpresa, unas viejas ruinas de basalto, material con el que estaban hechos los peligrosos edificios cilíndricos sin ventanas, trampas de una raza hostil de seres espeluznantes.

Allí, bajo las ruinosas bóvedas de basalto, descubre horrores no imaginados por una mente humana y finalmente da con la clave precisa para demostrar que todo lo que había sucedido en sus sueños pertenecía a un lejano plano de realidad verdadera. Pero la huida de aquel lugar perseguido por los extraños seres le hace perder el objeto y la consciencia, despertando solo y andrajoso, en mitad del desierto.

Lovecraft, una vez más, no pretende mostrarnos el terror de una forma directa, aunque desde luego no produce, ni mucho menos, un horror sutil, sino que prefiere dejar la puerta abierta a la locura y al mundo de los sueños, como una solución factible y optimista para todos los terribles sucesos que acontecen en sus relatos.

  • “La ciudad sin nombre”

En este relato, cuyo título ya nos indica el contenido claramente urbanístico y arquitectónico, las construcciones tienen un específico sabor a antigüedad y misterio, uniendo estos dos elementos y pasándolo por cierta influencia de la cultura egipcia

Leyendo las primeras líneas de esta historia nos damos cuenta de que el objeto de horror en este cuento es la propia arquitectura: la ciudad sin nombre. “Al acercarme a la ciudad sin nombre me di cuenta de que estaba maldita. Avanzaba por un valle terrible reseco bajo la luna, y la vi a lo lejos emergiendo misteriosamente de las arenas, como aflora parcialmente un cadáver de una sepultura deshecha. El miedo hablaba desde las erosionadas piedras de esta vetusta superviviente del diluvio, de esta bisabuela de la más antigua pirámide; y un aura imperceptible me repelía y me conminaba a retroceder ante antiguos y siniestros secretos que ningún hombre debía ver, ni nadie se habría atrevido a examinar. Perdida en el desierto de Arabia se halla la ciudad sin nombre, ruinosa y desmembrada, con sus bajos muros semienterrados en las arenas de incontables años. Así debía de encontrarse ya, antes de que pusieran las primeras piedras de Menfis, y cuando aún no se habían cocido los ladrillos de Babilonia. No hay leyendas tan antiguas que recojan su nombre o la recuerden con vida; pero se habla de ella temerosamente alrededor de las fogatas, y las abuelas cuchichean sobre ella también en las tiendas de los jeques, de forma que todas las tribus la evitan sin saber muy bien la razón. Esta fue la ciudad con la que el poeta loco Abdul Alhazred soñó la noche antes de cantar su dístico inexplicable: «Que no está muerto lo que yace / eternamente y con el paso de los evos, / aún la muerte puede morir»

La primera obsesión del visitante de la ciudad es encontrar algún signo humano que le haga pensar de la presencia y autoría de nuestra raza en aquel lejano lugar. Llega a afirmar que la antigüedad que se respira es malsana, si tal calificativo se le puede otorgar a algo tan efímero y abstracto como es el tiempo. Su comportamiento y el del entorno se asemejan claramente a la labor del arqueólogo, sobre todo en Egipto. Esa visión de la ciudad medio enterrada, con sus casas y edificios de piedra asomando su cúspide entre la arena de oro, la necesidad de excavar en búsqueda de los orígenes…

La arquitectura se nos muestra como un templo de sabiduría, continente de secretos antediluvianos, misterios y leyendas, poseedor de un poder tal capaz de sobreponerse al paso de los eones. Se trata, al igual que “En la noche de los tiempos”, de la ciudad subterránea. En uno de los horribles y ficticios libros ideados por Lovecraft para dar verosimilitud a sus relatos, se explica algo así como que los muertos enterrados durante siglos por las culturas humanas de todo el mundo, son capaces de escapar de sus ataúdes a través de peligrosos ritos y, por lo tanto, existe todo un universo subterráneo lleno de horror. A ésto, además de simbolizar su antigüedad, es a lo que se refiere veladamente el autor al enterrar parte de sus historias; lo que está debajo de la tierra es lo ajeno, lo desconocido, lo antiguo, en plena relación con la muerte y la oscuridad. Pero al tratarse de una construcción iceberg, es decir, que sobresale por encima del nivel de la tierra, atraviesa el plano de lo oculto e inhumano para mezclarse con la realidad; es una puerta hacia lo terrorífico.

Quizá ese mundo infrahumano ideado por Lovecraft es lo que hace que se despierten terribles tormentas y ventiscas del corazón de la ciudad noche tras noche; es la corriente que provoca la apertura de las puertas de lo inrazonado.

Aprovecha los recuerdos que le sustraen al aventurero para hablarnos de olvidadas ciudades también creadas por el genio de Providence: “Observé que la ciudad había sido efectivamente poderosa, y me pregunté cuáles pudieron ser los orígenes de su grandeza. Me representaba el esplendor de una edad tan remota que Caldea no podría recordarla, y pensé en Sarnath la Predestinada, ya existente en la tierra de Mnar cuando la humanidad era todavía joven, y en Ib, excavada en la piedra gris antes de la aparición de los hombres.

Ruinas de Sarnath, India. Fotografía de James Gritz

Tras una larga espera, el pseudo-arqueólogo encuentra varios pequeños-grandes templos construidos por la olvidada raza que habitó aquella ciudad en tiempo inmemorial. Utiliza H.P. el mismo método que en el anterior relato para alejar de la mente del lector todo vestigio de recuerdo humano en esa urbe: la proporción. Si el profesor universitario de Arkham de “En la noche de los tiempos”, visitaba cada noche a la luz de horribles recuerdos oníricos, ciudades ciclópeas, torres infinitas y carreteras eternas, ahora la proporción es absolutamente inversa, y sin embargo no deja de ser tan poco humana como la anterior.

Todo en aquellos templos es extrañamente pequeño, lo que hace que el protagonista no pueda sentirse a gusto ni cómodo, aunque no menosprecia la grandiosidad de su hallazgo. “Las oscuras aberturas próximas a mí eran muy bajas y estaban cegadas por las arenas; pero limpié una de ellas con la pala y me introduje a gatas, llevando una antorcha que me revelase los misterios que hubiese. Una vez en el interior, vi que la caverna era efectivamente un templo, y descubrí claros signos de la raza que había vivido y practicado su religión antes de que el desierto fuese desierto. No faltaban altares primitivos, pilares y nichos, todo singularmente bajo; y aunque no veía esculturas ni frescos, había muchas piedras extrañas, claramente talladas en forma de símbolos por algún medio artificial. Era muy extraña la baja altura de la cámara cincelada, ya que apenas me permitía estar de rodillas; pero el recinto era tan grande que la antorcha revelaba una parte solamente.”

La naturaleza, desatada y salvaje, también juega un papel importante en la ambientación de los cuentos lovecraftianos. Así, en este relato, uno de los templos de la ciudad perdida tiene un origen natural, lo cual acrecienta aún más lo insólito y perturbador de todo el entorno, pues si la propia naturaleza es capaz de crear tales sinsentidos, no podemos estar a salvo en ningún lugar de la Tierra. “Este templo, como había imaginado desde el exterior, era el más grande de cuantos había visitado hasta el momento; probablemente era una caverna natural, ya que lo recorrían vientos que procedían de alguna región interior.” Dentro de este templo encuentra nuestro desafortunado un sendero que lo conducirá a los orígenes… de las corrientes internas.

El angosto pasillo es una especie de camino iniciático necesario para despojarse de todo símbolo de humanidad, caer en las redes del horror y el pánico y dejarse imbuir por los sabores ocultos del obscuro dominio. Es común en muchos de los personajes de Lovecraft ese no poder parar, conocer el peligro e incluso aborrecerlo, pero ser incapaz de detenerse en la búsqueda y continuar el camino pese a los terribles y evidentes designios.

El camino iniciático se completa cuando el pobre ser humano comienza a recitar versos prohibidos recogidos en los repugnantes libros y también en algunos otros extraídos de la realidad, como de Tomás Moro: todo ello forma parte de la liturgia.

La creencia y morbosidad en esta blasfema y herética mitología es lo que hace muchas veces a los personajes querer ver más allá de la realidad, lo cual aprovecha Lovecraft para sus juegos oníricos de verdad y ensueño, imaginación desbordada y pura y racionalista clarividencia. “No sé exactamente cuándo lo imaginado se fundió a la visión real; pero surgió gradualmente un resplandor delante de mí, y de repente me di cuenta de que veía los oscuros contornos del corredor y los estuches a causa de alguna desconocida fosforescencia subterránea. Durante un momento todo fue exactamente como yo lo había imaginado, ya que era muy débil la claridad; pero al avanzar maquinalmente hacia la luz cada vez más fuerte, descubrí que lo que yo había imaginado era demasiado débil. Esta sala no era una reliquia rudimentaria como los templos de arriba, sino un monumento de un arte de lo más magnífico y exótico. Ricos y vívidos y atrevidamente fantásticos dibujos y pinturas componían una decoración mural continua cuyas líneas y colores superarían toda descripción. Los estuches eran de una madera extrañamente dorada, con un frente de exquisito cristal, y contenían los cuerpos momificados de unas criaturas que superarían en grotesca fealdad los sueños más caóticos del hombre.

Los frescos que descubre recitan tal cual la historia de la “Ciudad sin nombre”, desde su época dorada al amparo de la riqueza de la costa hasta su decadencia a la luz de la Luna, una nueva fase en que las ciudades se van adaptando al desierto y se ocultan de la luz del sol; un paraíso de oscuridad.

Finalmente el templo, y por ende, la ciudad entera, se muestran como una puerta a otro plano de espacio-tiempo de incomprensible antigüedad, esencia máxima del terror en la literatura de Lovecraft. “Mis temores, efectivamente, se relacionaban más con el pasado que con el futuro. Ni siquiera el horror físico de mi situación en aquel angosto corredor de reptiles muertos y frescos antediluvianos, millas por debajo del mundo que yo conocía, y ante ese otro mundo de luces y brumas espectrales, podía compararse con el miedo que sentía ante la abismal antigüedad del escenario y de su espíritu.

El entorno, el escenario del que habla, la ambientación, la escenografía que crea el autor, son connotaciones básicas para la inducción al miedo, necesidades del guión para la comprensión y versatilidad del relato. La arquitectura es símbolo y cuerpo del miedo, además de metáfora sucinta de infinidad de creencias. Es este un valor primordial de la construcción que parece comprender H.P. desde el principio.

Las ciudades soñadas son comunes en la mitología histórica de la humanidad, y muchos de los grandes personajes de nuestra historia soñaron que debían construir grandes templos o poderosas ciudades, por lo que el método Lovecraft no es ajeno, para nada, a la realidad.

Arriba, plano de Arkham ejecutado por Lovecraft (extraída de cthulhufiles.com/images)

Abajo, reconstrucción legible del mismo plano

  • “La llamada de Cthulhu”

Como colofón a este artículo conviene no podía olvidar uno de los grandes relatos del autor perteneciente a sus mitos, quizá el más clarificador y el más especial. Hablo, evidentemente, de “La llamada de Cthulhu”, historia que ha dado lugar a juegos de rol, video juegos, cómics, juegos de cartas… y ha influenciado a infinidad de mentes perturbadas en su literatura y arte.

La historia nos transporta de la maléfica ciudad de Arkham, verdadero centro de actividades de numerosos cultos malignos, a la mítica R’lyeh. Arkham es un lugar cercano a Innsmouth que aparece en algunos de los mitos como una ciudad algo más cuerda que ésta, aunque en ella reside la Universidad de Miskatonic que cuenta con la biblioteca más especializada en las ciencias ocultas, contenedora de los blasfemos libros creados por Lovecraft. Sin embargo, se trata de una urbe tan siniestra como Innsmouth o Ipswich, que forman un terrible triángulo.

Como ya hemos visto, los tejados de estas ciudades, oblicuos, comienzan a desafiar en cierto modo la perspectiva humana de la geometría arquitectónica, aunque solo de forma velada. Podríamos imaginar la Praga medieval de El Gólem, pero solo nos acercaríamos a una delicia expresionista en comparación con los horrores destinados a la ciudad de R’lyeh, verdadera piedra angular no solo de los mitos, sino de todo lo que de ellos se desprende.

Vista apócrifa de R’lyeh

En “La llamada de Cthulhu” se hace una interesante descripción de esta ciudad, la cual está empecinada en demostrarnos lo poco humano que en ella hay. Este lugar, sumergido en las profundidades del pacífico, es en el que reside el gran dios Cthulhu, especie de dragón-calamar gigante proveniente de más allá de las estrellas.

Como ya hemos visto la cosmogonía lovecraftiana dicta que millones de años antes de la llegada del hombre a la Tierra, este demonio es encerrado en su ciclópea ciudad donde espera que las estrellas sean propicias para su reaparición: “En su morada de R`lyeh el muerto Cthulhu aguarda soñando”, una de las oraciones más comunes de los seguidores de estos cultos herejes. La explicación es esta: “La gran ciudad de piedra de R’lyeh, con sus monolitos y sus sepulcros, se había sumergido bajo las olas y las profundas aguas, colmadas de un primordial misterio a través del cual ningún pensamiento podía pasar […]

Tintín en R’lyeh

Uno de los personajes tiene sueños en los que se aparece y siente aquella tierra extraña morada de demonios del submundo: “Hablaba de sus sueños en una forma extrañamente poética, haciéndome imaginar con terrible intensidad la humedad ciclópea de piedra verde manchada por el légamo – cuya geometría, decía de forma extraña, era completamente errónea –  […]”

Es tan solo un primer aviso de lo que se supone es esta ciudad sumergida que, en este relato, emerge gracias a un impío terremoto, aunque solo momentáneamente. El único testigo de tal desgracia lega a la posteridad una humilde bitácora en la que transcribe los horrores por él vistos. Ya hemos comprobado que el rasgo de deshumanización del que dota Lovecraft a esta ciudad es, en primer grado, la geometría errónea. Como bien podría demostrarnos Hubert Damisch en su origen de la perspectiva, la geometría, llamémosla euclidiana, se corresponde directamente con la representación que el hombre puede hacerse del espacio que le rodea, pero si, por el contrario, esta geometría es errónea, podemos decir que hablamos una vez más de algo ajeno y lejano: monstruoso para nuestro sentido racional de la realidad.

Unos pobres marineros se topan por sorpresa con esta ciudad maldita. “[…] avistaron una gran columna de piedra que surgía del mar y, en latitud 47º 9’ S y longitud 126º 43’ O, llegaron a una costa hecha de barro, agua y construcciones ciclópeas, llenas de algas, que no podía ser otra cosa que la tangible sustancia del supremo horror terreno; la pesadillesca ciudad muerta de R’lyeh, construida en antiquísimos eones, antes de la historia, por los inmensos y espantosos seres bajados de las oscuras estrellas.

Vemos cómo incluso llega a situarla con exactitud matemática, aportándonos sus coordenadas, algo que también haría Derleth. De todos modos, la proporción, aparte de la perspectiva, vuelve ser inhumana e inmensa. “la espantosa ciudadela coronada por el monolito, en la que está enterrado el gran Cthulhu, era una simple cúspide. Cuando pienso en la extensión de todo lo que debe haber debajo, casi deseo darme muerte.

Su gran tamaño unido a la falta de perspectiva, es lo que hacen de este lugar algo extraño a nosotros, por lo que nos proporciona un gran miedo y una curiosidad morbosa. “Había dicho que la geometría del lugar con el que había soñado era anormal, no-euclidiana, e insinuaba de forma espantosa esferas y dimensiones muy alejadas de la nuestra.

Grabado de M. C. Escher

Los infortunados marineros desembarcan en la isla emergida y la descripción no tiene desperdicio alguno. “[…] desembarcaron en una empinada orilla fangosa de esta monstruosa acrópolis y treparon resbalando sobre titánicos bloques rezumantes, que no habían sido hechos para escalera de mortales. El mismo sol en el cielo parecía distorsionado cuando observaron a través del polarizante miasma que emanaba de esta empapada perversión, y una retorcida amenaza y ansiedad acechaban fijamente tras aquellos ángulos de roca cincelada, locamente esquivos, en los que una segunda mirada mostraba concavidad donde la primera había mostrado convexidad.” Es posible que Lovecraft conociera la obra del genial artista holandés M.C. Escher, maestro de la distorsión perspectívica, aunque en este mismo relato se hace una comparación con el futurismo.

En un plano general se puede hacer una lectura relativista en clave Einstein de este pasaje del mito. Los personajes no alcanzan a comprender lo que sus sentidos no pueden percibir o perciben solo de forma sesgada, lo que conlleva una gran confusión. La geometría, desde una posición humana, es totalmente errónea, puesto que el lugar es ajeno y no está preparado para transmitir el mensaje a los sentidos humanos. Se trata, por tanto, de un tema de relatividad en el espacio-tiempo, algo muy en boga en la época, puesto que si fuésemos capaces de transmutarnos en un ser infame como el propio Cthulhu, es muy posible que nuestro entorno común fuese en este caso totalmente correcto. Es decir, no se trata de que la realidad sea de un modo u otro, sino que la podamos ver desde un punto de vista u otro muy distinto.

Desde luego nada de esto se le escapaba a Lovecraft, gran conocedor de las matemáticas y la física, y en unas líneas al final de la historia queda bastante patente: “[…] la geometría del lugar era completamente errónea. Uno no podía estar seguro de que el mar y el suelo estuviesen horizontales, ya que las posiciones relativas de las cosas parecían variar de forma fantasmal.” De hecho, si atendemos a una realidad física, en ningún caso podrían ser el mar y la tierra horizontales, pues nuestro planeta tiene una tendencia esférica, aunque el gran tamaño de ésta en relación con el nuestro, hace que sea relativamente plana para nuestra percepción, por lo que parece que el genio de Providence no estaba tan descaminado en sus concreciones.

R’lyeh, por Marc Simonetti

En definitiva, las enseñanzas que pueden extraerse de los cuentos de miedo o ciencia ficción de H.P. son muchas y muy interesantes, pero atendiendo más concretamente a lo que nos acontece aquí, debemos decir que la omnipresencia de la arquitectura como símbolo o materia en sus mitos, responde a una necesidad por una ambientación totalmente distinta y original con respecto a las novelas de terror que hasta la fecha se habían hecho, siendo fiel a cierto gusto romántico por lo antiguo pero adaptándose a sus propios medios.

La arquitectura, como hemos podido comprobar, tiene varias funciones; puede ser la puerta a otro plano de espacio-tiempo, a lejanos y terribles momentos de la historia de nuestro plantea, pero también puede convertirse en el contenedor moderno de los cultos y de los horrores, así como el símbolo de lo oculto, lo que está por llegar y ser desvelado. La ruina es en Lovecraft antigüedad, metáfora de lo ancestral, lo ajeno e inhumano, lo que escenografía de una verdad sus mitos, por lo que las construcciones, las ciudades, los edificios, los templos, las puertas… son necesarios en su literatura.

La enseñanza final de H.P. Lovecraft es que las ciudades, todas, contienen secretos que los hombres aún no han podido desvelar, pero duermen en una muerte incierta esperando el paso de eones para poder volver a emerger, saliendo de las profundidades de nuestra memoria para ocupar su antigua e impía posición, relegando a la humanidad a una eternidad de esclavitud a las razas superiores. Pero tal vez solo sea el desvelo de un desdichado, una mala jugada del subconsciente colectivo porque, como en los relatos de Lovecraft, las cosas nunca son lo que parecen… o tal vez sí.

 Javier Torras de Ugarte

[1]LLOPIS, Rafael y LÓPEZ OLIVER, Francisco. Los mitos de Cthulhu. H.P. Lovecraft y otro. Madrid, Alianza, 2005. p. 31

2 comentarios sobre “La arquitectura del terror en H.P. Lovecraft

  1. Hector Lopez Contestar

    Lectura por demas….interesantisima! Los relatos de los antiguos nos dan una gran idea de que extraterrestremente hablando, esas razas superiores y esos antiguos, llevaron a cabo la creacion tanto de nuestro mundo asi como del ser humano. Lectura reflexiva y pensante que nos lleva a extremos pero de interes analitico, dejando asi en nuestros sentidos un mundo imaginario y por que no, uno realista ahondando en a quien o a quienes le adjudicamos la real creacion……, esto, claro, haciendo caso omiso de las «creaciones religiosas» que nos han conducido a un mar de inumerables dudas y cuestionamientos repetitivos y sin respuestas logicas, veraces y sobre todo creibles. Gracias y hasta pronto.

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